sábado, 5 de mayo de 2012

Capítulo uno: La nariz del Dr. Doofenshmirtz.

Busqué mi teléfono móvil, que por cierto, es un Iphone, o como yo le llamo, mi "yofón".
Ahora, a todos los creadores de móviles, les ha dado por poner a los móviles nombres de frutas: que si blackberry, que si la marca apple, que si  los banana phones... Los únicos originales son los de yofón.
Bueno, a lo que iba, tenía que contactar con mi querido amigo Marcos para ir a su humilde morada. No me daba miedo que pese a la temprana hora estuviese dormido, porque siempre se levanta muy temprano para ayudar a su buena mamá. Pero ya no lo hace... Su madre se marcho a otro lugar.
Es que su madre trafica con capuchones de bolígrafos, y aquí el mercado era muy malo. Tuvo que cruzar, también, porque Marcos se avergonzaba de ella, decía que los pobres capuchones no debían sufrir tanto. Eso me dio pena, porque yo estaba enamorado de ella. Es que ella era perfecta: tan simpática, agradable, divertida, graciosa, bondadosa, inocente, pedófila, amargada... Pero sobre todo, lo que más me gustaba... ESAS TETAZAS, QUE BUENA ESTABA, JODER. No sé como el tonto de Marcos pudo salir así de horripilante.
Claro está, que Marcos es todo lo contrario a mí. Yo soy alto, él es como un pitufo. Yo estoy fuerte, él es tan fuerte como el papel de fumar con el que las chonis de mi instituto se lían los porros. Yo tengo unos preciosos y llamativos ojos azul mar que engatusan a las jovencitas (y no tan jovencitas, como la madre de Marcos) y Marcos tiene los ojos negros como mi ano (que también es muy bonito, debo añadir). Mi nariz es la perfección nasal y la suya es como la de Dr. Doofenshmirtz. Mis labios son como dibujados por el mismísimo Leonardo Da Vinci y son deseables, y los suyos son tan abstractos como los de Picasso. Y por no hablar de mi hermosa melenaza, con flequillo hacia el lado izquierdo de mi rostro (derecho para los que tienen el gusto de verme de frente)  y de color negro azabache... Y bueno, de él no hay mucho que contar, está calvo.
Se escucharon tres veces esos malditos pitidos que todos los malditos teléfonos emiten, aunque prefiero eso a la horrible voz de Marcos.
-  ¡Carlos! -exclamó alargando la "o" -, ¿Cuando vas a pasarte por mi humilde morada?
-  Cuando tu madre vuelva y corra en bragas por ella gritando: "Carlitos, cómeme entera."
-  Tío, que es mi madre.
Y de nuevo a mi mente regresaron su maravillosa sonrisa juguetona. Pero me deshice de ese pensamiento, ya que Marcos estaba al teléfono y no quería empezar a emitir gemidos.
- Estoy allí en cinco minutitos, prepárate, que como te coja... No te suelto.
- Me iré desvistiendo... ¡Fiera!
- No iba por tí, no te emociones, iba por la tía buena que acaba  de pasar frente a mi casa.
Y me fijé en aquella chica, que como he dicho estaba buena... Me sonaba de algo, aunque no sabía de qué... Esos ojos misteriosos, ese cuchillo en la mano y esos escasos cinco metros de distancia a los que se encontraba de mi. De repente sacó un walkie-talkie de la mano libre del cuchillo y se lo llevó a sus carnosos labios. Creo que dijo: "Ana, le tengo".
- ¿Vas a venir ya o no?
-Que sí, pesado, y de paso me cuentas el último episodio de bakugan... Se me ha ido la luz y no he podido verlo.
Y antes de que se riera de mí, colgué. Porque, como expliqué en el capítulo anterior, cuando se te va la luz mientras que ves bakugan, uno lo pasa muy mal... Tan mal, que puedes hasta morderte las uñas postizas que tu madre te ha puesto con cariño y amor. ¡Hostias, me las tengo que quitar!

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